sábado, 1 de abril de 2006

Cilicios y disciplinas:


Autor: Juan

Me anima a escribir estas líneas el excelente artículo “Azotes, cilicios y religión católica” publicado hace poco en el blog. Además de lo interesante del tema, me ha traído unos recuerdos ya antiguos y muy queridos.

Aunque poca gente lo sabe, es muy cierto que el Opus Dei distribuye entre sus miembros cilicios y disciplinas para incorporar la mortificación de la carne a la práctica religiosa. Yo tuve constancia de ello gracias a una amiga que había pertenecido a La Obra. Bueno, mucho más que una amiga: fue mi primera novia, mi primer amor, y la persona con quien me inicié en el fascinante mundo de los azotes eróticos.

Mi amiga había sido miembro del Opus Dei en su adolescencia, durante un par de años. Cuando se dio cuenta de que ni las ideas ni los planteamientos éticos de La Obra coincidían con los suyos decidió dejarla. Lo consiguió tras no pocos esfuerzos, pues es bien sabido que los miembros del Opus son muy persistentes a la hora de tratar de convencer a quienes pretenden dejar la obra de lo inconveniente de su decisión.

En una ocasión me mostró el cilicio y las disciplinas que le habían entregado para autocastigarse. Para entonces ya nos habíamos iniciado en los juegos de azotes como parte de nuestra vida sexual, así que enseguida pudimos encontrar un uso mucho más lúdico para esos instrumentos. El cilicio era idéntico al de la fotografía que ilustra el artículo de Fer. Lo utilizamos alguna vez en la intimidad, pero nos resulto más morboso y excitante hacerlo en público. Íbamos a cenar a algún restaurante. Ella vestía minifalda, y llevaba el cilicio en el bolso. En algún momento de la cena le ordenaba ir al baño a ponérselo. Así lo hacía, procurando ajustarlo bien alto en su muslo para que no asomase bajo la falda al sentarse de nuevo. Durante el resto de la cena su incomodidad era evidente, y cambiaba de posición con frecuencia tratando de buscar la postura más confortable, que nunca acababa de encontrar. Sus continuos movimientos y el morbo de pensar que algún camarero o comensal próximo podría darse cuenta de la situación nos llenaba de excitación a los dos. Después de cenar caminábamos un poco, ella con cierta dificultad. Entrábamos en un sitio de copas, y al poco tiempo ella debía dirigirse de nuevo al baño para quitarse el cilicio, que a esas alturas ya comenzaba a ser bastante doloroso. Al final de la noche, ya en la intimidad, me enseñaba con orgullo las marcas en su pierna, entre las que siempre había algún pequeño punto con sangre.

Sin embargo recuerdo con mucho más placer el uso de las disciplinas. Eran éstas un instrumento muy bonito, hecho de unas diez o doce cuerdas ásperas y finas, de unos treinta centímetros, con nudos a pequeños intervalos. Las cuerdas se reunían en un bucle en el que se introducía la mano. La primera vez que la azoté con ellas fue en su casa. Se sentó sobre una silla estrecha, de cara al respaldo. Se desnudó de cintura para arriba, ofreciendo así su espalda y sus hombros al látigo. Empecé a azotarla muy suavemente. Todavía al principio de nuestra relación, tenía yo muy poca experiencia con el uso de instrumentos de castigo, y temía lastimarla. Sin embargo, al ver que aguantaba muy bien fui aumentando poco a poco la intensidad. Finalmente su cuerpo, magnífico bajo el castigo, se tensó, sus manos se crisparon sobre el respaldo de la silla, y empezó a emitir gemidos con cada golpe. Decidí entonces detenerme y admirar el resultado de mi obra. Su aspecto era terrible y maravilloso a la vez. Toda su espalda, desde los hombros a la cintura, y también sus costados, tenían un color rojo intenso, casi púrpura. Las cuerdas habían dejado una red de trazos entrecruzados, y la piel estaba visiblemente levantada en los lugares donde habían impactado los nudos. Parecía que hubiese recibido una paliza brutal. Pero más sorprendente aún, después de dos o tres horas todo había desaparecido, no quedaba en su cuerpo el más mínimo rastro que indicase que había sido azotada.

En otra ocasión la até en la cama boca arriba, con los brazos y las piernas abiertos y extendidos, completamente desnuda. Mi intención era azotarla en el estómago, vientre y parte interior de los muslos. Al ser un instrumento blando y flexible, las disciplinas permiten castigar esas regiones sin peligro para la integridad física. Para entonces ya sabía que ella tenía mucho aguante, y que le gustaban las azotainas intensas, así que tenía previsto darle algunos latigazos realmente fuertes. Empecé con golpes moderados, para darle tiempo a calentarse poco a poco. Cuando creí llegado el momento le lancé el primer trallazo serio. El resultado fue devastador. Todo su cuerpo se tensó violentamente, como en un espasmo, y profirió un grito desgarrador. Obviamente me asusté, dejé el látigo y acudí junto a ella a abrazarla, acariciarla largamente y enjugar las lágrimas de sus ojos. Una vez se hubo tranquilizado, y después de asegurarme de que estaba bien y de que deseaba seguir con el castigo, reanudé la azotaina interrumpida. Por supuesto, midiendo mucho la intensidad de los golpes. Nunca más me atreví a darle un golpe fuerte con aquel látigo.

En definitiva, las disciplinas que proporciona el Opus Dei a sus miembros son un instrumento magnífico para los azotes eróticos, de los mejores que he tenido ocasión de usar. Empleadas con moderación la intensidad del dolor es muy tolerable, y el efecto que dejan sobre la piel es espectacular. Con la ventaja adicional de que dicho efecto desaparece al poco tiempo. Por el contrario, para quienes gusten del juego más intenso, utilizadas con fuerza pueden hacer gritar y retorcerse al masoquista más curtido.

Así pues, en cuanto tenga ocasión de ir a Granada, una de mis primeras visitas será al convento de San Antón, donde preguntaré a las hermanas Clarisas si además del cilicio pueden proporcionarme unas buenas disciplinas, que ando muy necesitado de expiar culpas. Culpas ajenas, sobre todo, porque mi mayor placer será ayudar a expiar las suyas a alguna señora o señorita que así lo necesite. Pero esto último no se lo diré a la buena monjita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si se lo dices a la monjita tal vez se apunte a "un bombardeo".

Mira por dónde, la religión te ha proporcionado momentos de ...recogimiento y solaz.

Un saludo