Este largo artículo aparecido en Jot Down que aquí presentamos, cuyo autor es Juan Lapidario, demuestra que cada vez se habla más de este tema de forma pública. Las series de Netflix, HBO, Amazon Video, Filim, etc. han hecho mucho por esta difusión así como la música, la literatura y el cine. Los azotes está aquí y no se les puede negar su existencia. La ilustración es una jovencísima Maggie Gyllenhaal siendo castigada por el siempre inquietante James Spader en la película Secretary.
Fer
No
conozco nada más magnífico que unas nalgas que se sacuden bajo una
mano, se endurecen y a continuación vuelven a suplicar otro azote. Se
entregan y se rebelan en el mismo movimiento…
19 de agosto de 1996. En el Radio City Music Hall de Nueva York, la cantante Carly Simon
se siente aterrorizada ante la perspectiva de actuar en pocos minutos,
en función privada, con motivo del quincuagésimo cumpleaños de Bill Clinton.
Para calmar su miedo escénico recurre a un remedio habitual en sus
giras, y lanza un gesto nervioso a su orquesta. Sonriendo, el
saxofonista, el trompeta y el trombón se turnan para poner a Carly sobre
sus rodillas y darle unos juguetones azotes en el culo.
Desgraciadamente, el telón se levanta antes de tiempo, en plena
azotaina. «Estoy segura de que a Clinton le encantó», recuerda la
cantante… El dolorcillo físico la distraía del paralizante malestar
mental; la azotaina funcionaba como disipador de tensiones y nudos
emocionales. Sin embargo, de entre los múltiples usos de las palmadas en
las nalgas, no es este el que más me interesa.
En el mismo 1996, la periodista Daphne Merkin escribió un controvertido artículo en The New Yorker hablando de su atracción erótica por el spanking,
es decir, por verse azotada en las nalgas «por una firme mano
masculina». Es una lectura interesante a pesar de su innecesario aire de
disculpa y autojustificación: como veremos, no hay nada extraño en
gozar de la estimulación extra que ofrecen los azotes interpretados como
dolorosas caricias. Por supuesto, el arte de la azotaina no tiene nada
que ver con el machista e impotente axioma nietzscheano («si vas a ver a
una mujer, llévate el látigo»), ni tampoco con los castigos infantiles,
afortunadamente ya en desuso. En este artículo
libertino planeo compartir con los lectores y lectoras el placer de las
nalgas enrojecidas y los azotes firmes, sea como acompañantes del
frenesí sexual, sea como práctica erótica en sí misma… Así que
desabróchense los cinturones y vamos allá.
El sutil equilibrio entre golpe y caricia
Pregunté
a Michèle si la azotaina le había hecho daño. Ella dijo que sí, con un
tono cuya modestia sugería de forma irresistible el orgullo y un placer,
una felicidad incluso, sordas y salvajes.
Elogio de la azotaina, Jacques Serguine
Cuando
el azote se practica como juego libertino, no se corre el riesgo de que
el presidente Clinton abra la puerta en cualquier momento… Pero sí hay
que tener cuidado con qué se hace y cómo, a riesgo de acabar
convirtiendo un juego erótico en una inesperada batalla a muerte.
Pongámonos un momento la bata de laboratorio y analicemos la azotaina desde un punto de vista puramente físico. Durante un spanking
el cuerpo azotado reacciona aumentando la producción de adrenalina, lo
que incrementa los niveles de respuesta y excitación. Si los azotes se
propinan con maestría (es decir, con el ritmo adecuado y un medido crescendo
de intensidad), el cuerpo no tarda en producir endorfinas, una droga
endógena que no solo palia el dolor sino que resulta placentera por sí
misma. Cierta configuración del gen SCN9A predispone a generar grandes
cantidades de endorfinas: he ahí un estímulo para la manipulación
genética que dejo encima de la mesa.
La clave
para una azotaina placentera es saber dónde y cómo azotar. Este texto
no pretende ser una guía práctica, pero me permito un par de consejos:
la mano desnuda suele proporcionar una mejor experiencia (ah, el tacto
de piel con piel, la intimidad física inesperada), aunque no se debe
desdeñar el uso de instrumentos si se quiere jugar con más intensidad…
Pero los azotes con látigo, fusta, Jot Down
en papel u otros implementos de tortura quedan para un futuro artículo.
Las zonas más azotables del cuerpo son la parte baja de las nalgas, los
muslos (con cuidado) y el ocasional manotazo que parece errar su
objetivo y casualmente aterriza en la zona genital.
Todo aficionado al spanking se acaba convirtiendo en connoiseur de los diferentes tipos de nalgas. En un memorable párrafo de El arte del azote (divertido librito de Jean-Pierre Enard ilustrado por Milo Manara)
el autor desgrana su propia enumeración: «Hay culos traviesos, sin
apenas curvas, su forma encerrada en pantalones tan apretados que se
puede ver la línea de las bragas. Culos anchos y fuertes, que llaman la
atención con autoridad, culos que te hacen sentir que no podrías ser su
amo jamás (…); culos temperamentales, rígidos o relajados según su
humor, ahora animados y alegres, luego amenazadores, tensos; culos
lánguidos, que se contonean de forma holgazana y se retraen al ver
acercarse la mano; (…) culos dormidos que aguardan el beso que los haga
despertar».
Por
supuesto, la parte psicológica es la que más excitación aporta, más
allá de que evoque situaciones de intercambio de poder o autoridad
(jefe-secretaria, profesora-alumno). En una azotaina hay desnudez,
indefensión voluntaria y deseada, calor, brutalidad controlada. Una
ternura salvaje, animal, primaria y jadeante, aunque el spanker
azote con una serena y profunda calma, con precisión casi quirúrgica,
siguiendo su propia música de las esferas… o de las nalgas. Los azotes
tienen su propia respiración, su ritmo intuitivo y no calculado, como no
se calcula el número de movimientos de un coito.
Lo más importante del arte del azote es que no hay que azotar jamás con rabia en el corazón. El spanking
no debe ser nunca una vía por la que desahogar la ira o materializar
reproches hacia la persona azotada. Una azotaina puede simular
juguetonamente un castigo, nunca serlo;
depende de un sentimiento, no de un resentimiento. Quien azote debe
hacerlo con ánimo placentero, irónico y lúdico, lo que no significa
haciendo el payaso. La azotaina ritualiza eróticamente una forma de
agresión y la convierte en un placer mutuo y consentido. En palabras de Jacques Serguine:
«la azotaina, a condición de ser admitida por las dos partes, tiene el
mágico privilegio de convertirse en un gesto de amor, exorcizando lo que
en el amor reside y residirá siempre de violento, de hostil, de
desigual, de divergente y agresivo». Por eso mismo es tan importante no
dejarse llevar, una vez se levanta la mano, por la rabia o el lado
oscuro de la Fuerza. Añade Serguine poco después: «es un gesto de amor, y
como todos puede ser alterado, degradado, se puede corromper su uso,
profanar su sentido».
No hay que olvidar jamás que el azote es una variante reforzada de la caricia.
«Un delicioso calor, probablemente sexual…»
El
azote no es fuerza, ni obligación, ni violencia. Quien lo utilice para
castigar o para obligar no entiende nada de este arte. Aún más, hay
muchas posibilidades de que el acto degenere rápidamente en una serie de
golpes y heridas que no tienen nada que ver con el azote.
El arte del azote, Jean-Pierre Enard
Tanto el citado librito de Enard como el fundacional Elogio de la azotaina
de Jacques Serguine se centran en el azote erótico femenino… Y, sin
embargo, es igual de frecuente el masculino, aunque históricamente se
haya camuflado mucho más.
20 de noviembre de 1917. Thomas Edward Lawrence,
alias Lawrence de Arabia, se infiltra como espía en la ciudad de Deraa,
ocupada por los turcos, y es capturado por los hombres del bey local.
En su celda Lawrence es desnudado, manoseado por el bey y azotado con un
rebenque, una especie de látigo corto. Cuenta el propio Lawrence en Los siete pilares de la sabiduría:
«Recuerdo que el cabo me daba puntapiés con su bota herrada para que me
incorporase (…) Recuerdo que le sonreí perezosamente, ya que un delicioso calor, probablemente sexual,
crecía dentro de mí». La cursiva, junto con la sospechosa exactitud con
que describe el látigo en el capítulo, han hecho sospechar a muchos
biógrafos que Lawrence era masoquista en el sentido literal del término,
es decir, que extraía placer sexual del dolor físico. Nunca quedó del
todo claro qué ocurrió esa noche en Deraa, y hay quien cree que todo fue
una fantasía febril… De cualquier modo, el masoquismo de Lawrence ayuda
a comprender muchos puntos oscuros de su biografía, desde su tendencia
al ascetismo mortificador hasta sus peticiones posteriores a su amigo John Bruce para que le azotara, esgrimiendo excusas cada vez más peregrinas.
El hecho
de que los azotes se utilizaran frecuentemente como recurso
disciplinario infantil, más con los niños que con las niñas, tuvo a
veces consecuencias inesperadas. Jean Jacques Rousseau recuerda así en sus Confesiones las azotainas que le proporcionaba a los ocho años la maestra Lambercier,
de 30: «no imaginaba entonces que iba a influenciar mis inclinaciones,
deseos y pasiones para el resto de mi vida; caer a los pies de una
dómina autoritaria, obedecer sus órdenes o implorar su perdón siempre
fueron para mí agradabilísimos placeres…». Por su parte, el poeta
británico Algernon Swinburne disfrutaba profundamente
de la disciplina inglesa (ejem), y en particular de los duros castigos
corporales con vara de fresno que se infligían regularmente en Eton.
Estos
ejemplos podrían hacer pensar que hay una fuerte correlación entre el
haber recibido azotes de pequeño y el gusto por el masoquismo en la edad
adulta… Pero algunos estudios, como el dirigido por el sociólogo Murray Straus
en los 70, muestran que puede ser un factor contributivo pero ni mucho
menos suficiente; más bien un catalizador oblicuo para reconocer una
tendencia y disfrute propios que un factor creador de preferencias
sexuales.
De la severidad a la voluptuosidad
No
se trata de hacer daño, sino más bien de hacer el daño suficiente,
dentro del interior limitado y espacioso de una convención: es lo
contrario de la crueldad.
El arte del azote, Jean-Pierre Enard
No
resulta sencillo bucear en los orígenes históricos del azote como juego
erótico, aunque parece que el impulso de dar un par de estimulantes
cachetes de vez en cuando es universal. El Kama Sutra
propone cuatro tipos de golpes con los que estimular y expresar la
excitación: con el dorso de la mano, con la palma, con el puño y con los
dedos levemente contraídos. Varios manuales sexuales chinos, como los
recopilados en Artes del dormitorio, de Douglas Wile, mantienen que un poco de dolor sabiamente administrado aumenta la potencia del orgasmo.
En la
así llamada «Tumba de la Flagelación» de la Necrópolis de Monterozzi, en
Italia, se conserva un fresco etrusco datado en el siglo v a. C. que muestra a dos hombres y una mujer enzarzados en lo que parece una fellatio
acompañada de latigazos en las nalgas. Algún tipo de ritual
erótico-religioso de origen dionisíaco, tal vez… Imágenes similares
pueden verse en los frescos pompeyanos.
En esa época los azotes, propinados o recibidos, se consideraban mano de santo para revigorizar los ardores masculinos. En el Satiricón de Petronio la impotencia (languor)
del narrador se cura con unos buenos azotes en el miembro… Durante las
fiestas lupercales, que se celebraban a mediados de lo que hoy es
febrero, los sacerdotes luperci corrían por el monte Palatino azotando a los paseantes con látigos de cuero llamados februa.
Estos azotes aumentaban las posibilidades de embarazo de una mujer y la
virilidad de los hombres… Desgraciadamente en el siglo vi
se prohibieron estas fiestas por indecentes, sustituidas por el hortera
San Valentín. Desde hace unos años unos cuantos libertinos intentamos
recuperar la tradición pagana original, pero esa es otra historia y será
contada en otra ocasión.
El mayor auge del spanking erótico llegó, previsiblemente, con la disciplina inglesa de la época victoriana.
Buena parte de la pornografía de la época muestra flagelaciones y
azotes eróticos, anticipando y fijando gran parte de las fantasías del spanking contemporáneo: la institutriz severa y el alumno rebelde, la espía capturada, la doncella revoltosa…
Durante la primera mitad del siglo xx se vivió otra edad de oro de las representaciones gráficas y literarias del spanking, un extraño y potente boom localizado en Francia. En Histoire de la fessée, de la sévère a la voluptueuse, Jean Feixas
recuerda esa etapa con una cierta admiración desconcertada, sin que
hayan quedado nunca claros los motivos del auge repentino. La
publicación más frecuente en aquellos años era la novela para adultos
ilustrada con grabados más o menos bien conseguidos de azotainas;
discretas obritas de consumo rápido vendidas por correo o en librerías
especializadas. Tras la Segunda Guerra Mundial el interés decayó un
tanto, aunque puede seguir rastreándose la pasión francesa por las
azotainas en la cultura popular… Por ejemplo en la canción La fessée de Georges Brassens, escrita en 1966, en la que unos azotes propinados como castigo corporal se convierten en algo muy diferente.
En la segunda mitad del siglo xx, Estados Unidos y en particular Hollywood tomaron el relevo como productores de ficción spanker camuflada de «azotes correctivos». En muchos sketches televisivos Lucille Ball acababa sobre las rodillas de algún azotador (generalmente su marido Desi Amaz),
adoptando ambos un aire juguetón que hacía sospechar cierto entusiasmo.
Además, en Estados Unidos existe una bonita tradición por la que la
persona que celebra un cumpleaños recibe el mismo número de azotes en el
culo que años cumple, más uno «para que crezca»… Una versión hardcore de los tirones de orejas. La actriz Natalie Wood, al cumplir los 18, acabó tumbada sobre las rodillas de su compañero de reparto Tab Hunter,
inmortalizados ambos en una magnífica foto. Tan famosa se hizo esa
imagen, que muchos años más tarde Hunter repetiría azotando a Natasha Wagner, la hija de Natalie, en exactamente la misma postura…
El periodista Joe Hyams explica en su autobiografía una anécdota interesante ocurrida en 1955 durante una entrevista con Ava Gardner, en un bar de California, para la revista Look.
Tras una pregunta incómoda del columnista, Ava respondió con un
soberbio puñetazo en la mandíbula que le arrojó al suelo. En un acto
reflejo, Hyams se levantó, tumbó a la actriz sobre sus rodillas («era la
primera vez que la tocaba: me sorprendió que fuera tan ligera, tan
suave y femenina») y levantó la mano para propinarle unos azotes en el
culo. En ese momento ambos se quedaron inmóviles, conscientes de que
todo el bar les estaba observando, y volvieron poco a poco a sus
asientos. Hyams esperaba encontrarse con una gélida mirada de odio, pero
la Gardner sonreía de oreja a oreja… Es inevitable preguntarse si
durante las entrevistas de Jot Down se producirán momentazos similares.
Aun
violando las reglas del azote de Serguine que antes comentábamos (no
azotar con rabia o como castigo), el carácter inesperadamente lúdico de
este intercambio lo convierte en esencialmente inofensivo, con un sutil
subtexto sexual aparentemente bienvenido por ambas partes. Volvemos a la
anécdota con que se abre este artículo: el azote o su amenaza como
liberador-de-tensiones, incluyendo la tensión sexual no resuelta.
Sin embargo, no todas las actrices reaccionan igual ante la perspectiva de unas nalgas enrojecidas. Keira Knightley estuvo a punto de rechazar el papel de Sabina Spielrein en Un método peligroso, incómoda por las dos escenas de spanking
del guión… Finalmente los azotes fueron fingidos mediante un cuidadoso
enfoque de cámara y una especie de caja interpuesta ante las nalgas de
la actriz. Justo antes de rodar la escena, Keira amenazó medio en broma
medio en serio al actor Michael Fassbender, diciéndole
que si se le iba la mano y le azotaba de verdad durante el rodaje, le
diría a su guardaespaldas que le rompiera las piernas. No es de extrañar
que con tantas precauciones el resultado final sea sobreactuado y tan
falso como para provocar vergüenza ajena.
Afortunadamente, por Hollywood ha pasado gente más interesante. De Warren Beatty se ha comentado a menudo que es aficionado al spanking, entre otras cosas porque poco después de su tórrido affaire con Madonna esta compuso la canción Hanky Panky,
con versos como «Trátame como si fuera una mala chica, aunque sea buena
contigo / no quiero que me des las gracias, limítate a darme unos
azotes…». Sin duda, esto le da un nuevo ángulo a la frase de Woody Allen: «me gustaría reencarnarme en las yemas de los dedos de Warren Beatty». El mismo Jack Nicholson atesora, entre sus muchos apodos surreales, el de Spanking Jack. Una de sus parejas, la ya fallecida Karen Mayo-Chandler, le recuerda con esta imagen imborrable que parece salida de las tomas falsas de Las brujas de Eastwick: llevando boxers de satén azul, calcetines naranja fluorescentes y una amenazante pala de ping-pong en las manos… A menudo el asunto se limita a un cierto postureo fotográfico, como en las famosas fotos de Jane Birkin posando en actitud spankee ante Gainsbourg o la de Sofia Coppola en Vanity Fair recibiendo una fingida azotaina de su amante Marc Jacobs.
Y ya que
hemos trazado un estimulante rumbo por Hollywood, parece apropiado
terminar este artículo con dos recomendaciones cinematográficas y una
televisiva. Hablando de azotainas es imprescindible mencionar Secretary, esa pequeña joya que cuenta con alguna de las mejores y más auténticas escenas de spanking de la historia del cine. Ah, esa Maggie Gyllenhaal inclinándose sobre el escritorio ante la mirada severa y algo sorprendida de James Spader… Menos conocida pero igualmente pertinente para el tema tratado es la coreana Mentiras (Gojitmal), en
la que se narra la tormentosa relación de un escultor sadomasoquista de
38 años y una jovencita de 18. Ambos se alternan como spanker y spankee en una historia de amor y moratones que resulta a la vez tierna, divertida y cercana.
La
recomendación televisiva con la que voy a despedirme es una broma, lo
reconozco, pero una que todavía me hace sonreír cada vez que la
recuerdo. Y es que en cierto capítulo de The Big Bang Theory (el
décimo de la sexta temporada) el mismísimo Sheldon Cooper se deja
engatusar por su novia Amy y acaba «castigando su mal comportamiento»
mediante unos científicamente calculados azotes en el culo… La cara de
Amy al recibirlos podría ser, en realidad, un buen resumen fou de este artículo.
1 comentario:
Muy interesante.
Kenza
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