Te prometí
un castigo, pero no te dije cuando sería. De vez en cuando me gusta alargarlo
para que no sepas el momento en el que llegaré a por ti, y de esta manera, tus
pensamientos te van carcomiendo y son un castigo más poderoso que los azotes en
si mismos.
Tu no lo sabías, pero sería esta noche, así lo decidí.
Precisamente el día que más tarde llegaba del trabajo, a causa de una reunión.
Era la una de la mañana cuando entré en casa. Todo estaba apagado. Tú te
habrías acostado sobre las once, justo después de la serie de televisión que
tanto te gusta ver.
Como sé que hoy te acuestas más pronto, y que estarías durmiendo... ¿qué mejor día
para pillarte por sorpresa?
En silencio me acerqué a la habitación, en la cual entraba la luz por la
ventana, lo justo para iluminar la cama con un tono azulado. Me quité el abrigo
y te miré. Estabas boca abajo, desnuda, arropada, en los brazos de Morfeo.
Sonreí, me acerqué por el lado izquierdo de la cama y me senté a tu lado. Tú
notaste mi llegada y abriste un poco los ojos. Te sonreí y te bese, exclamando
simplemente un suave: shhhhhh.
Mis manos se posaron en tu espalda y la recorrieron despacio hasta
llegar a las nalgas. Estaban calientes, pero en breve lo estarían más.
Gemias mientras jugaba con ellas, y te revolviste casi ronroneando, por mis caricias. Quizá estuvieras
pensando que era un sueño.
Mis dedos recorrieron los muslos por encima y después busqué su lado más
oculto.
Te sentí húmeda, y me aproveche de ello, para dejarte en el punto exacto de
excitación, pero sin llegar al climax. Cuando tu piel se puso de gallina y
empezabas a rozarte contra el colchón, saqué mi mano y la posé de nuevo en tu
trasero, apretando los dedos en torno a mi curva preferida.
De repente, dejé caer un azote.
Eso hizo que te revolvieras más.
Para evitar que te levantaras, te agarré la espalda con cuidado con mi mano
izquierda, mientras la derecha continuó azotándote. Así durante un rato en el
que disfruté de cada movimiento tuyo al compás de la luz de la noche. Cuando
paré volví a buscar tu secreto entre las piernas, y te sentí mucho más que
antes. Aceleré mis movimientos con los dedos y la palma de la mano, alternando azotes
en el culo con masajes en el clitoris desde atrás, cada vez más fuertes, hasta
que ya no pude más.
Te agarré, te volteé, abrí tus piernas y me metí entre ellas en busca del
alimento de los Dioses...
Y no paré de comerte hasta hacerte gritar.
Al terminar, te miré desde abajo, cubrí tu desnudez y te di un
beso de buenas noches.
Me quité la ropa y me metí a tu lado. Te sentí llegar por detrás bajo las
sábanas, acurrucándote sobre mi espalda y abrazándome muy pegada a mí.
Y en ese feliz momento, cerré mis ojos y me dormí, para soñar contigo.
Autor: P.R
4 comentarios:
Eso fue un castigo??? Pues, no lo parece. Jajajajaja
Ojalá así fueran todos los castigos! Ja! :D
Mmmmm.....Dioses del Olimpo!
Julia III
Yo quiero a alguien así, a alguien que me complazca
Publicar un comentario