Autor: Marita Correa
Había elegido ciencias, solo porque él daba la clase de matemáticas
y decidí ser la alumna más brillante del curso, con el objetivo de que se fijara en mi. A a los pocos días tenía la
asignatura atragantada y él no parecía darse cuenta de que yo existía. Viendo
que todos mis esfuerzos por llamar su atención, no servían para nada, decidí
pasarme al lado rebelde y ser una chica mala, llegaba tarde casi cada día, no
llevaba los ejercicios hechos y pasaba de su clase.
Aquella tarde, la de matemáticas era la última asignatura
del día, la clase había terminado y cuando me disponía abandonar el aula, me
dijo que tenía que hablar conmigo. El resto de mis compañeras se marcharon, el
sentado a su mesa escribía en su libreta y como siempre me ignoraba, yo frente
a él, permanecía inmóvil, sin atreverme a respirar.
Cuando hubo terminado de escribir, se levantó de la silla,
vino hacia mí y empezó a echarme la bronca de mi vida, mis piernas temblaban y no me atrevía ni a
respirar. Lo único que recuerdo de la
parrafada que me soltó, fue: En mi clase no consentiré un comportamiento así y
“sobre el pupitre, AHORA”
Mis piernas en ese momento no me funcionaban por lo que
permanecí inmóvil, y no tenía ni idea lo que quería decir con lo del “sobre el
pupitre”. Pronto lo descubrí, ya que me agarro del brazo, y de un tirón me
posicionó sobre este. De pronto me encontraba recostada sobre ese viejo mueble, con el culo en pompa hacia él. Nunca nadie me había pegado, pero en aquel
momento supe que iba a ser mi primera vez.
En seguida comenzó a azotarme, como no me lo esperaba di un
enorme respingo y grité con todas mis fuerzas, adiviné que me había pegado, con
la espesa regla que tenía sobre la mesa. Rápidamente volví a ponerme
sobre el pupitre, me dijo que serian 50, ya que ese era el número de ejercicios
que había fallado, y así fue, no faltó ni uno, todos cayeron sobre mi falda de
a cuadros, aún así, dolieron y mucho, no
volví a gritar, solo emitía aullidos inaudibles, ya que la vergüenza era mayor
que el dolor.
Cuando llegué a casa no estaban ni mis padres ni mis
hermanos, por lo que no tuve que dar explicaciones de mi mala cara, me acosté
en mi cama y comencé a pensar en lo que había pasado. Hacía rato que sentía
mi entrepierna muy mojada, y mientras me había estado riñendo, mi sexo no había
parado de palpitar, jamás había notado algo así, ni siquiera cuando besé a mi
vecino Lucas.
Acaricié mis nalgas, pude sentir los bordes que había
marcado la regla en mi trasero, y fui corriendo al espejo a mirarme, de nuevo
me estremecí y empecé a soñar despierta que me seguía azotando en aquel
pupitre, pero que esta vez me subía la falda.
Al día siguiente todo había vuelto a la normalidad, nadie se
había enterado de nuestra “charla”, el volvió a ignorarme y yo volví a entregar
todos los ejercicios a tiempo, pero a las pocas semanas, mi padre nos dijo, que le habían ofrecido un nuevo cargo, y que
en 15 días nos marchábamos a vivir a otra ciudad, a mí se me vino el mundo encima y muy temprano
a la mañana siguiente corrí hacia el colegio, me senté en aquel viejo pupitre, y recosté mi cabeza
sobre este, me impregne de su rancio olor y me agarré fuerte a él, queriendo revivir
aquella tarde, así permanecí, hasta que
escuché las voces de mis compañeras, que
llegaban a la clase.
Aunque pensé en despedirme de él, no lo hice, no creo que le
importase mucho mi marcha, yo tampoco tardé mucho en olvidarle, ya que mi nuevo
profesor de química estaba como un queso, y su asignatura se me daba mucho
mejor.
Desde aquella tarde,
el spanking forma parte de mi
vida, lo disfruto y me hace gozar, y aunque ahora me doy cuenta de cómo profesor
era un muermo, como spanker era increíble, y siempre le estaré agradecida por
darme la primera zurra de mi vida, y haberme hecho descubrir el placer, a través de los azotes.
2 comentarios:
Excitante relato.
Un abrazo.
un relato muy enriquecedor
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