martes, 25 de julio de 2006

Los paraísos de los mares del Sur


Autor: Seniba
Editor: Fer

Estoy leyendo el libro "El paraíso en la otra esquina" de Mario Vargas Llosa y, en el capítulo VI se incluye esta frase:

"Paul se quedó boquiabierto: la niña-mujer que tenía enfrente, muy menudita, de
color oscuro, embutida en una túnica parecida al hábito de las hermanas de la
Caridad, llevaba una monita en el brazo, una flor en los cabellos, y, en el
cuello, este cartel: 'Soy Annah, la Javanesa. Un presente para Paul, de su amigo
Ambroise Vollard' ".


Se trata de una situación que realmente le ocurrió a Paul Gauguin, uno de los protagonistas del libro de Vargas Llosa.

La ilustración de este artículo es una copia de un cuadro pintado por Gauguin en el que se retrata a Annah la Javanesa.

Me gustaría solicitar a los lectores del Blog que, en un ejercicio de sinceridad, cuenten como habrían reaccionado ante una situación así.

Yo contestaré con sinceridad qué habría hecho yo en cuanto se haya publicado el artículo.

En cuanto a ¿qué hizo Gauguin?, el libro de Vargas Llosa lo dice claramente:
“. . .esa misma noche Paul hizo de ella su amante. Y, después, su compañera
de juegos, fantasías y disfuerzos".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal vez ofrecerle una depilación baratita, por lo demás me deja sin palabras...

Anónimo dijo...

Supongamos... que desnuda, con un cartel en el que con trazos fuertes y decididos está escrito mi nombre "Selene" soy entregada a un hombre que no conozco. Soy su regalo de cumpleaños. Me someto voluntariamente a esto para satisfacer al hombre que quiero; y él, lo que realmente desea es regalarme a su mejor amigo. El hombre que me mira de arriba hacia abajo no es muy guapo, moreno, de cuerpo algo ancho, fuerte. Sus ojos son claros y su mirada lo más llamativo de él, transparente. Pero yo no puedo elegir a quien soy entregada así que acepto a este hombre como el que habrá de poseerme en adelante.
Él me mira, realmente sorprendido, casi siento verguenza de ser observada así, fíjamente, pero bajo apenas la mirada y permanezco quieta mientras él empieza a recorrer mi cuerpo con sus manos. ¿Te ha dicho tu amante qué me gusta hacer con las mujeres como tú? ... yo niego con la cabeza, pero mi piel se eriza ante el presentimiento de saber que desea de mí.
Tomandose su tiempo, sin prisas, después de observarme y aparentemente darme su aprobado, me pide que apoye las manos sobre el sillón y que abra un poco las piernas. Mi pulso se acelera, la sangre corre demasiado rápido por mis venas, lo noto y empiezo a respirar algo más rápido, pero le obedezco. Es lo que mi amante me dijo que debía hacer... obedecerle siempre sea lo que sea aquello que me pidiera.
Me apoyo sobre la cama y él empieza a caminar tras de mí, mirándo como mi sexo se insinúa entre las piernas. Estoy tensa, nerviosa, pero no me atrevo a moverme ni a contraer un solo músculo.
No pasa mucho tiempo más, cuando me explica, despacio, con voz grave y segura como va a adiestrarme para que pueda satisfacerle siempre cuando y como él quiera. Me explica como serán los castigos con los que corregirá mis faltas y errores.
Como muestra de lo que habrá de venir empieza a azotarme con la mano. Siento un dolor fuerte, intenso, tengo ganas de gritar pero algo me dice que no debo hacerlo si no quiero que aquello sea peor. Soporto como puedo aquella sucesión de palmadas sobre mis nalgas, hasta que las lágrimas corren por mi cara, silenciosas, contenidas ... él nota mis sollozos y lejos de enfadarse por ellos me dice que ha sido maravilloso para ser la primera vez. En adelante utilizará otras cosas cuando deba castigarme, cada vez aumentará el grado de disciplina hasta haberme sometido completamente, pero ahora... tumbada hacia abajo, sobre la cama... tras acariciar mis nalgas enrojecidas, me hace el amor apasionadamente, hasta fundirnos los dos en un orgasmo. Hasta deshacernos uno en el otro, como signo de aceptación de lo que desde entonces está por venir.