miércoles, 4 de mayo de 2005

Nueve semanas y media


Autora Señorita Ocho

Me permito poner en este fantástico tema que Granuja ha sacado a relucir mi "granito de arena", que obviamente no es mío, sino de Elizabeth Mc. Neill, autora de "Nueve semanas y media". Fragmento de dicha novela:

- Esta noche todo el mundo está de humor charlatán, menos yo – dice el hombre –. Desnúdame. Y tómate tu tiempo esta noche, tenemos mucho tiempo. Esta puede aprender unas cuantas cosas de una profesional. Ven aquí, siéntate, mira. Tienes mucho que aprender.

Estoy clavada al desgastado suelo del umbral al cuarto de baño. Ella ha empezado a desnudarle – yo nunca le he desabrochado ni un botón de la camisa – despreocupada y eficazmente, una madre que desnuda a su pequeño para bañarle, cuando el niño está demasiado cansado de un día al aire libre para hacer otra cosa que quedarse quieto y de pie, y la madre está impaciente por quitarle la ropa sucia, meterle en el agua, ponerle el pijama y acostarle.

Cuando está tumbado de espaldas, dice – no mirándome a mí, sino a la mujer que está de pie a su lado:

- Mueve el culo hasta aquí y siéntate en esa silla, si no quieres que vaya a buscarte.

Cruzo en trance la habitación y me siento. Aún en trance, la veo trepar a la cama torcida, y en trance la veo arrodillarse entre sus piernas. No puedo evitar temblar, aunque aprieto una pierna contra otra, los codos contra las rodillas, los nudillos contra los dientes superiores. Su falda sobresale rígida, exponiendo el triángulo negro de sus bragas y su trasero. Durante unos segundos, sólo puedo pensar en lo inmaculado de su piel, mientras mi mente comenta, objetiva y cortésmente sorprendida, cuán graciosa colección de formas se acumula en tan grandes nalgas; la peluca, cuyos pomposos cabellos rubios caen ahora hacia atrás, amontonados entre los omóplatos, se cierne sobre el lugar de encuentro de las piernas del hombre.

Al principio, sólo se oyen ruidos de succión; después, el hombre respira hondo y emite un gemido. Es un sonido que conozco bien. Es un sonido que había imaginado me pertenecía – ¿en base a qué?, me pregunto, ¿en base a qué?, que sólo mi boca podía hacer audible, que valía tanto como un billete de lotería premiado, un ascenso, todo mi talento y capacidad… Mis puños están grises y resbaladizos, aún untados de restos de maquillaje. Su mano está entre sus piernas, su cabeza se desplaza verticalmente, con movimientos largos y lentos.

- Así… – susurra él –. ¡Dios!

Ahora tengo en el puño una estopa de acero amarillo, todo el nido cede cuando tiro, lo lanzo hacia atrás por encima del hombro, mis dos manos se abalanzan sobre su pelo, suave, castaño claro con abundantes hebras grises.

- ¿Qué demonios…?

Se levanta; después, cuerpos emborronados, y entonces él se sienta al borde de la cama. Estoy doblada sobre su muslo izquierdo, tiene la pierna derecha apoyada en mis corvas, la mano izquierda cerrada sobre mis muñecas aplastadas contra el nacimiento de mi espalda. Aparta el crepitante vinilo y dice:

- Pásame el cinturón.

Mete los dedos entre la goma y la piel y me baja las bragas de áspero dobladillo hasta el nacimiento de los muslos.

Rechino los dientes, ciega de terror y de una furia desconocida para mí. No, no, puede pegarme hasta la eternidad, no emitiré el menor sonido… Veo, de pronto, a una profesora de segundo grado, diciendo a un alumno – un niño hosco, mayor y más alto que el resto –, cuando se le caía un lápiz, y a menudo cuando no había pasado nada en absoluto: “Tu padre debería cruzarte sobre sus piernas, bajarte los pantalones y darte lo que mereces”. Dicho con voz ligera, ominoso como una pesadilla en su misma dulzura; una vez por semana, una nerviosa ola de risitas atravesando una habitación silenciosa, veintiocho niños de siete años inclinando la cabeza sobre el pupitre con una vergüenza para ellos tan inexplicable como penetrante. No he pensado en esta profesora ni en la proximidad de húmedos pantanos que conjuraba desde que me encomendaron a los cuidados de la antipática Miss Lindlay, en tercer grado. Y aquí está, resucitada, liberada, vil: más degradante que cualquier cosa que me hayan hecho hasta ahora; la obligada intimidad carne a carne es mucho peor que estar atada a una cama, que encogerse en el suelo; las esposas y las cadenas son una gracia de Dios comparadas con estar colgada, como si estuvieran sirviendo mis nalgas, la sangre barboteando en mis oídos…

Como es natural, termino por gritar. Se detiene, pero sin soltarme. La fresca palma de una mano acaricia suavemente mi piel, unos dedos trazan líneas de aquí para allá; una mano plana se mueve con delicadeza por mis muslos abajo, hasta donde éstos están sujetos por sus piernas, sigue hacia arriba entre los muslos, desde las rodillas, baja y asciende otra vez, lentamente.

- Dame esa vaselina que traías – dice – y sujétale las manos.
Me están separando las nalgas, siento la presión de su dedo en el ano, una mano entre las piernas, un dedo resbaladizo deslizándose fácilmente en su lugar entre labios cerrados. Tenso todos los músculos. Me concentro en espirales amarillas que giran sobre fondo negro en el interior de mis párpados apretados, rechino los dientes, me hundo las uñas en la palma de las manos, más frenética ahora que cuando empezó a pegarme: no puedo soportarlo, así no, por favor no me dejes… Mi cuerpo empieza a moverse bajo la lenta presión que me obliga a arquearme contra él, y no tarda en contorsionarse codiciosamente sobre su mano.

- Crees que sabes lo que quieres, querida – dice su voz a mi oído, muy baja, casi en un susurro –, pero haces lo que quiere tu coño, siempre.

Me golpea brutalmente.

- Haz que se calle – dice, y me tapa la boca con una mano perfumada, que muerdo con todas mis fuerzas; luego, me meten el foulard entre los dientes, y alguien, que respira pesadamente a mi derecha, lo sujeta en su sitio. Mi boca es liberada una vez más, y sus manos me acarician hasta que mi cuerpo sucumbe, esta vez mucho más aprisa.

- Por favor, no puedo soportarlo, por favor, haz que me corra – lo que, tras un nuevo golpe, se convierte en una sola palabra:

- Por favor…

Siento mi cuerpo empujado encima de la cama, oigo mis sollozos bajo la almohada, apagados y distintas hasta para mí misma, noto una lengua en mi cuerpo; la almohada fuera, su rostro cuelga sobre el mío, pero la lengua sigue allí, abajo, y no tarda en hacerme gemir; mi cabeza en su hombro cuando se tumba cuan largo es a mi lado, su brazo me rodea apretadamente, sus dedos en mi boca; ella lo monta y lo cabalga. Ella y yo nos miramos muy cerca mientras él se corre.

Señorita ocho


Hay 6 comentario/s de este artículo.
Ocho:
Esto era en realidad un comentario al tema de Granuja, llamado "El spanking en la literatura", pero como el fragmento es un poco largo, el blog no me ha permitido incluirlo allí. Espero que os guste. Huelga decir que lo de "autora" es por haber puesto el fragmento, no por haberlo escrito.
2005.05.04 21:42

Señor Diez:
9 semanas y 1/2 me encanta! y me han dicho, personas más entendidas que yo, que es probablemente una de las mejores novelas eróticas del siglo XX ¿tú la has leído? Le la aconsejo, es de las de leer con una sola mano ...
2005.05.04 21:57 email: spankoblog (arroba) yahoo.es

Granuja:
¡Guau! Espera que aún no me he repuesto....Había visto la película y ahí me había quedado, pero, despues de esta lectura coooorroooo a comprar el libro. Gracias por escribirlo aquí Ocho.
2005.05.05 00:46

Ocho:
Me alegro de que os guste! Es el pasaje más impactante de la novela, que no tiene desperdicio para los que tengan tendencias D/s. He aquí el otro único fragmento de la novela que habla específicamente de... bueno, leed y opinad, porque la descripción que hace de lo que siente es la leche:

"A veces me preguntaba, en abstracto, cómo podía el dolor excitarme tanto. En cierta ocasión, durante aquella época, me golpeé el dedo gordo del pie, protegido sólo por una sandalia, contra el último cajón de mi escritorio. Juré, salté de un lado para otro, recorrí cojeando el pasillo hasta el despacho de un compañero de trabajo para mendigar su compasión, y no fui capaz de concentrarme durante los siguientes quince minutos, porque la ligera, pero insistente, palpitación me distraía e irritaba. Pero, cuando el que infligía dolor era él, la diferencia entre el dolor y el placer se oscurecía de tal forma que los transformaba en dos lados de una misma moneda: sensaciones de diferente calidad, pero con el mismo resultado, igualmente intensas; ambos estímulos eran igualmente poderosos y capaces de excitarme. Dado que el dolor siempre aparecía como preludio, y sólo como preludio – a veces horas antes, pero siempre finalmente conducente al orgasmo –, era tan deseado, tan sensual, tan consustancial al acto del amor como las caricias que recibían mis pechos."
2005.05.05 09:12

10:
Sigue, sigue, por mí puedes publicar toda la novela en el blog... me encanta, me gusta como escribe y la comparo con la magistral y ya citada Isaac Dinesen (no recuero si se escribe así)
2005.05.05 23:40

10:
Hay un artículo en el blog de María (Disciplina doméstica en Argentina, está en nuestros enlaces) sobre la película Secretaria en el cual, en los comentarios se menciona 9 semanas y media, aquí está el enlace del artículo http://spankingenargentina.blogspot.com/2005/08/la-secretaria-comentario-de-la-pelcula.html
2005.09.03 11:37

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